¿De qué sirve contar con instituciones de prevención, si hacemos caso omiso a las recomendaciones?
Las constantes lluvias que han azotado el territorio nacional vuelven a demostrar cuán vulnerables somos ante las abruptas variaciones climáticas, así como la escasa o nula preparación para hacerle frente a los fenómenos de la naturaleza. Prueba de ello, la situación azarosa vivida el 10 de agosto de este año, por vecinos de la colonia Guajitos, zona 21 capitalina, derivado de las copiosas lluvias y fuertes vientos que causaron que más de 18 casas quedaran sumergidas por las corrientes de agua, que además de llevarse algunos de sus bienes también se llevó la vida de Fátima Valentina Pérez, de dos años de edad, quien falleciera por asfixia por sumersión en el hospital Roosevelt.
Ciertamente, hay otros factores que originan la fragilidad en esas adversidades; siendo la pobreza uno de ellos, pues las condiciones deplorables de vida en las que se encuentran centenares de personas que habitan áreas proclives a esos riesgos no permiten siquiera pensar cómo enfrentar cualquier siniestro que pudiera producirse. Asimismo, la infraestructura de las precarias moradas en las cuales radica la población más empobrecida de la nación, deja mucho que desear, pues en el momento de una tragedia por lo regular pierden sus pocas pertenencias y, en ocasiones menos afortunadas, la vida o la de sus familiares.
No hay que perder de vista que somos un país altamente expuesto a los desastres naturales, por nuestra posición geográfica los peligros son inminentes. Toda vez que habitamos en un territorio sísmico por naturaleza y con una cantidad de fallas geológicas que lo atraviesan, aunado a los temporales que en época de invierno saturan de agua suelos y subsuelos, lo que origina deslaves en muchos terrenos. ¿De qué sirve contar con instituciones de prevención, si hacemos caso omiso a las recomendaciones para minimizar los efectos de los desastres naturales? Por ello, no hay año en que no tengamos que lamentar consecuencias fatales en algún lugar del país, sea este urbano o rural, por los intensos aguaceros.
Lastimosamente, las lluvias siempre ponen en evidencia la pésima calidad de los proyectos habitacionales y de las carreteras que hemos heredado por larga data, asfaltos que se abren y levantan, pavimentos agrietados, casas y puentes mal construidos, hundimiento de tramos carreteros, drenajes arcaicos e insuficientes para cumplir con su función. Así también, aflora la incultura de prevención que tenemos en temas ambientalistas, lo cual se convierte en el principal detonante de las crisis en época
lluviosa. Es indispensable que nos impliquemos y ejerzamos la ciudadanía con seriedad, tanto para fiscalizar y auditar socialmente los recursos financieros que se invierten en la construcción de toda clase de obras, como para replicar todas aquellas medidas de prevención en cuanto a desastres naturales se refiere, para que no sucedan más tragedias prevenibles.
Deben crearse políticas públicas con una visión futurista y trabajar por el verdadero desarrollo integral de nuestra nación, sin artimañas, ni mucho menos maquillajes.