Tenemos conocidos, amigos o familiares que han sido parte del Ejército; y también, los que pertenecieron a la insurgencia de aquella época.
Me tocó venir al mundo a mediados de la década de los ochenta, así que no es correcto opinar con base a la experiencia y vivencia de aquella época.
Tampoco me siento identificada por las causas promovidas en ese período, pero sí me limitaré a opinar como una joven guatemalteca que cree en la paz, en la reconciliación y en la construcción de nación.
Es así como conocí en fotos y relatos de mi abuela y tío abuelo, la historia de mi bisabuelo, el Coronel Manuel de Jesús Monteagudo, quien fue fusilado durante la administración del presidente Lázaro
Chacón.
En los registros, mi bisabuelo fue fusilado en Coatepeque, al descubrirse una supuesta conspiración de golpe contra Chacón. Según entrevistas, se cuenta que mi bisabuelo era simpatizante de las buenas causas; por ejemplo, conseguir mejores tratos laborales para los indígenas que trabajaban en el campo; razón por la cual, en la actualidad, en donde descansan sus restos en el cementerio de Coatepeque, siempre hay veladoras y frecuentemente está adornado, como muestra de agradecimiento en su intermediación laboral a favor de la población indígena (además, creo que se volvió una tradición ir a pedirle buen trato o suerte en el empleo).
Entonces, quiere decir que como ayer y hoy, existen soldados que también son ejemplares guatemaltecos. Por otro lado, parte de mi familia, así como muchos otros guatemaltecos, optaron por marcharse del país, durante la época del conflicto armado interno.
Tuvimos la fortuna de no sufrir tragedias en esa época, pero padecimos las secuelas del conflicto, pues experimentamos una familia separada; y tengo un recuerdo imborrable, pues cuando íbamos a visitar a mi abuela en su finca ubicada en La Máquina, nos detuvieron los guerrilleros, y mi papá les contó que era un médico egresado de la Universidad de San Carlos, respuesta que fue decisiva para salvarnos de un posible secuestro, extorsión, o no lo sé, ya que solo recuerdo a mis primerizos padres bien nerviosos, mientras tomaba mi pacha.
Actualmente, no me atrevería a comentar que el conflicto armado interno que tuvimos nos dejó lecciones aprendidas. Algo tan horrible no debería de repetirse nunca más, y tampoco deberíamos promover el discurso del odio. La nueva generación tenemos la responsabilidad de cortar esas secuelas negativas del conflicto, y recordar que los excesos provocados de aquella época, como los asesinatos de niños, ancianos y un montón de inocentes, no pueden quedar en el olvido.
El fortalecimiento de una democracia post conflicto, está en enmendar humanamente los errores del pasado con justicia. Yo quiero vivir la paz, con justicia y democracia; exijo un museo de la memoria histórica de mi país.
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