El anhelo popular por romper las cadenas dictatoriales que apresaban al país, la incansable búsqueda por acabar con la tiranía y la decidida defensa, a sudor y sangre, de los derechos del pueblo fueron los ideales de un movimiento revolucionario que, a vencer o a morir, se alzó en las calles para derrocar al sistema y dar paso a la Primavera democrática.
Parece fácil, pero no lo fue. En el camino ocurrieron acontecimientos que propiciaron el despertar de la sociedad y orillaron el alzamiento. El origen del Memorial de los 311, la muerte de la maestra María Chinchilla y el asesinato del periodista Alejandro Córdova fueron detonantes en la Guatemala de 1944.
El contexto político y social también aportó a la causa. La Segunda Guerra Mundial trajo voces que clamaban por democracia a través de un discurso promovido en Estados Unidos y replicado en Guatemala por los hijos de la oligarquía, jóvenes que no pudieron salir a estudiar al extranjero debido a la hostilidad entre las potencias.
Juventud rebelde
La decisión del presidente Jorge Ubico de cambiar docentes en la Universidad Nacional causó rechazo en los herederos de la élite guatemalteca, en su mayoría estudiantes de Derecho. La opción fue tomar las calles y hacerse escuchar.
El movimiento comenzó el 19 de junio. Los universitarios no marcharon solos, el magisterio, que había solicitado un aumento salarial y cuya demanda nunca fue atendida, se les unió. Ubico, que no soportaba críticas, mandó como respuesta represión y cárcel para los presentes en la asonada.
Muchos estudiantes, hijos de las familias poderosas del país, fueron arrestados y sufrieron la violencia del Estado. No había vuelta atrás. A la protesta contra el régimen se sumaron empresarios, comerciantes, artesanos y civiles de todas las capas sociales, por lo que Ubico suspendió las garantías constitucionales para tratar de controlar a las masas con el Decreto 3114.
Los 311
El general calificó de “disociadores de tendencias nazi-facistas” a los ciudadanos de la alzada popular. El 24 de junio, 311 jóvenes, que más adelante se convertirían en figuras y protagonistas del país, firmaron un memorial donde solicitaban que se restituyeran los derechos constitucionales.
La misiva incluía los nombres de algunos amigos de Ubico y de estudiantes como Eduardo Cáceres Lehnhoff, Manuel Galich, Flavio Herrera, Julio César Méndez Montenegro, así como los intelectuales Carlos Federico Mora y David Vela.
La respuesta fue la misma, indiferencia y opresión. Para el 25 de junio la huelga era general y las calles estaban abarrotadas en rechazo al dictador. La reacción de la fuerza pública, que disparaba a mansalva, acabó con la vida de unas 80 personas, entre ellas la maestra María Chinchilla, quien fue abatida en medio del estallido social en la actual 17 calle y 6a. Av. de la zona 1.
El 26 de julio, Ubico recibe otra carta. En este memorial, seis ciudadanos distinguidos, entre ellos diplomáticos guatemaltecos y allegados, le piden entregar el cargo: “Tales aspiraciones se concretan visiblemente, palmariamente y de manera incontrovertible en la necesidad sentida por todos, como única solución patriótica y conveniente, la de que usted renuncie de forma legal a la Presidencia de la República”.
Aprendiz de dictador
Jorge Ubico estaba cercado y tomó el único camino que le quedaba. El 1 de julio, el dictador renunció ante la asamblea. Tres días después, Federico Ponce Vaides estaba asumiendo la Presidencia del país, en un gobierno que se suponía sería de transición a la democracia.
Pero el nuevo jefe de Estado continuó con las medidas absolutistas y anunció que participaría en las elecciones que se programaron para finales de año, pues argumentaba que el pueblo quería su permanencia en el poder.
La sociedad, que había logrado poner fin a la tiranía ubiquista, comienza a manifestarse en contra de Ponce Vaides y el descontento ahora cuenta con otros aliados, los militares jóvenes. Toda la sociedad está convencida de que la única opción para lograr la democracia es derrocar al aprendiz de dictador.
La gota que rebalsó el vaso ocurrió el 1 de octubre de 1944, cuando las fuerzas represoras de Ponce Vaides asesinaron al periodista Alejandro Córdova, fundador y director de El Imparcial. El crimen conmocionó a todos los sectores y se comenzó a fraguar el derrocamiento.
La rebelión
El 20 de octubre no hubo marcha atrás. La estrategia de los jóvenes castrenses, encabezados por Carlos Aldana Sandoval, Francisco Javier Arana, Jacobo Árbenz Guzmán y Enrique de León Aragón, fue tomar el control de los principales frentes militares. Primero se tomó la artillería pesada de la Guardia de Honor. Ya con tanques a favor, la refriega se desplazó hacia los fuertes Matamoros y San José.
Los civiles se sumaron a la lucha, estudiantes, maestros, artesanos y comerciantes tomaron las armas. A media mañana ya se tenía el control militar de la ciudad y al mediodía Ponce Vaides estaba cercado en el Palacio Nacional y la Casa Presidencial. El general decidió renunciar a la Presidencia y la Revolución logró derrocar al régimen. Lo que vendría después sería la rebelde primavera, la cual comenzó a ser dirigida por la Junta Revolucionaria de Gobierno, integrada por el teniente coronel Jacobo Árbenz Guzmán, el mayor Francisco Javier Arana y el civil Jorge Toriello.