La agresividad en el niño se deja seguir porque “pobrecito el niño”, pero crece junto con ella.
Frente a los fenómenos sociales que están dejando una secuela de terror y odio, de corrupción en las esferas más sensibles, de retracción emocional, del pánico de todos los días, tenemos que encaminar nuestros pensamientos a una realidad, y aunque parezca dura, es la realidad. Y es que no cabe otra explicación que la falta de valores, no es porque ya se dejaron de inculcar en la cuna de los principios, el hogar, ni se les dio seguimiento en la escuela, de donde los maestros salen a provocar caos vial y abandonan el aula y a sus discípulos. Es porque ya no se habla del Dios de la Biblia, que dejó diez mandamientos para que su cumplimiento diera seguridad, justicia y firmeza a la relación del hombre entre el hombre y naturalmente Dios con el hombre.
Hay conductas inadecuadas que pasan inadvertidas por el tipo de sociedad en la que nos encontramos. La agresividad en el niño se deja seguir porque “pobrecito el niño”, pero crece junto a ella. Pinta todo lo que encuentra y más tarde, como los grafitis, “es puro arte”. Se le enseña a mentir para ocultar una realidad, se le permite robar, perjudicar, destruir y hacer daño a sus hermanos y vecinos. La indisciplina es una causa que más tarde tendrá sus consecuencias, porque no hay corrección, no hay dirección. Ni los centros de corrección para menores, ni mucho menos, las cárceles repletas serán una posibilidad de reinserción, de educación, de orientación psicológica. Generalmente cuando se habla de disciplina se vincula con la agresión de los adultos al niño, pero dos palmadas en las nalgas estimula la comunicación de estas con el cerebro y la memoria.
Una causa común es el tiempo que no se les da a los hijos que permitiría enseñarles lo que la Biblia dice: “El camino del hombre recto evita el mal; el que quiere salvar la vida se fija por dónde va”. A las nuevas generaciones se les ha enseñado a poner duro el corazón, a hacer lo malo para que cuando llegue el estado caótico de la violencia de la corrección, más que un castigo, sea un premio porque lograron llamar la atención de los padres que los dejan en el abandono, no solo físico sino emocional. Que no los envuelvan las nuevas corrientes humanísticas, sino los principios de moralidad, ética, que pongan sus corazones duros en las manos de Dios para que haya una transformación y se conviertan en corazones de carne.
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