Se ve con desparpajo el cumplimiento de todas aquellas normas que regulan nuestra conducta respecto a los demás.
Un día me quedé viendo una cola de niños esperando su turno para recibir su almuerzo, todos en orden bajo control de los maestros; sin embargo, nunca falta un zángano en la colmena y llegaron uno o dos a empujar y a meterse para ahorrar tiempo en detrimento de quienes estaban disciplinadamente esperando su momento, esto provocó confusión, desorden. ¿Qué les dijeron? Pudo ser solo una travesura, pero si lo vemos a un nivel mayor en un banco, en una gestión administrativa, el fenómeno se multiplica en personas adultas que lo hacen por costumbre, porque de niños no fueron guiados y provocan tragedias como la del estadio en 1996.
La verdad, nos falta vivir en armonía, tener una vida de alegría intrínseca, y la Biblia lo recoge en el libro de Juan refiriéndose a Jesús que dijo “Mi paz os dejo, mi paz os doy”, pero no como la da el mundo. Se ve con desparpajo el cumplimiento de aquellas normas que regulan nuestra conducta respecto a los demás, para que seamos personas de bien, para encontrar el deber de las cosas y que nos permita vivir sin temores, ni remordimientos por hacer aquello ilícito, para hacer lo correcto ¿y qué es lo correcto? No robar, no matar, no envidiar, no mentir, amar al prójimo como a nosotros mismos y no hacerle aquello que no quisiéramos que nos hicieran.
El ministro de Educación puso el dedo en la llaga, al referirse a la crisis de valores en nuestra sociedad y el papel que juega el sistema educativo en restablecerlos, pero diría que tiene que ir más allá, a la base, al hogar.
Hay que ir directamente a la casa, donde a los niños les enseñan a mentir, a quedarse con los vueltos, con los famosos “gavetazos”, no dan buenos días, ni piden por favor, ni dan gracias, donde agreden a sus hermanas o hermanos sin recibir disciplina o enseñarles con palabras y consejos qué no es bueno, que toda acción mala tiene consecuencias. Hay que enseñarles en la escuela esos mismos principios fortalecidos por los maestros, pero que no les enseñen a salir en horas de trabajo a manifestar, hacer política y dañar la propiedad privada. Ya para concluir, todos tenemos que estar en el mismo sentir. Comparto esta porción bíblica: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora”.
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