Viajando desde Filadelfia a la Pensilvania rural se cruzan las líneas del frente de la batalla electoral en que se ha convertido Estados Unidos y que muestran una división ideológica que se puede trazar a lo largo de las brechas demográficas y económicas en todo el país.
Filadelfia, donde este martes el presidente estadounidense, Barack Obama, hizo campaña por la demócrata Hillary Clinton, vota consistentemente por este partido, como lo hacen todas la grandes ciudades de Pensilvania, lo cual ha sido suficiente para que en las últimas seis elecciones generales se impusieran a los republicanos.
“No tengo duda de que Pensilvania volverá a ser demócrata y le dará sus votos a Clinton”, opinaba Mary Wade, que viste una camiseta tradicional africana con imágenes de Obama y que reconoce emocionada que echará de menos al mandatario.
El presidente atrajo el martes a Wade y a varios centenares más a las escalinatas del Museo de Arte de la ciudad, una mayoría de ellos afroamericanos, que a cada oportunidad que se presenta siguen acudiendo a escuchar al primer presidente negro en sus últimos meses en el poder.
Divididos
El mandatario, interrumpido por vítores constantes, recordó que se debe dar con Clinton continuidad a políticas que han permitido, según un informe publicado ese día por la Oficina del Censo, que 3.5 millones de estadounidenses hayan salido de la pobreza y que los ingresos hayan subido a un ritmo récord.
Filadelfia, que suele apoyar a candidatos demócratas en las presidenciales, es una ciudad racialmente diversa, pero que investigadores de la Universidad de Princeton calificaron en un estudio como hipersegregada.
Más de una cuarta parte de la población de este Estado vive por debajo del nivel de pobreza, uno de los índices más altos de una urbe estadounidense, pero son los vecinos de las zonas más prósperas, generalmente en el noroeste, los que tienen una mayor participación en el proceso electoral, normalmente por opciones moderadas como las de Clinton.
Piensan distinto
Para votar por Trump en Pensilvania, no solo hay que ser pobre o clase media mal acomodada, sino que, a juzgar por sus mítines y el grueso de simpatizantes que le siguen, hay que ser de raza blanca.
Esas variables se juntan en Aston, una localidad de 16 mil habitantes (90 por ciento blancos) a unos 40 minutos al oeste de Filadelfia, donde el lustre industrial de hace décadas ha dado paso al óxido y a los negocios sin alma de las cadenas norteamericanas de comida rápida y comercio minorista.
El presidenciable republicano organizó el mismo martes una actividad reservada para unos 200 políticos de bajo perfil, pequeños empresarios y líderes locales en un gimnasio comunitario, pero hubo quienes intentaron ver a su nuevo ídolo político y se congregaron fuera del recinto con grandes banderas estadounidenses al grito de “queremos a Trump”.
“Fuera de las ciudades es todo republicano, por aquí no verás señales de Clinton por ningún lado”, explicó Alan Strickler, vecino de Aston, que fue uno de los afortunados que pudo ver al candidato de la oposición de cerca.
Añoran el pasado
“Filadelfia es un caso perdido. Los demócratas se han pasado las últimas décadas cortejando el voto de los pobres en las ciudades, pero no han hecho nada por nosotros aquí”, apunta su amigo Rod.
“Aquí lo que falta son trabajos”, tacha categórico Strickler, que pasea orgulloso su gorra y su camisa de Trump y asegura que los comentarios en los que Clinton califica a parte de los simpatizantes del magnate de deplorables muestran su desdén por los trabajadores del Estados Unidos suburbano y rural.
“Antes esto estaba lleno de fábricas a lo largo del río Delaware (…) La gente apoya a Trump porque quiere trabajos, quiere ver a sus comunidades como eran en los 60 y 70”, aseguró Louis Perti, que tiene un negocio de fontanería.
El condado de Delaware, donde se asienta Aston, fue uno de los 2 únicos en todo Pensilvania en que el peso de los votos demócratas aumentó en 2012, cuando se enfrentaron el presidente Obama y el republicano Mitt Romney.
Para Trump, hacerse con este condado es parte de la estrategia para ganar en Pensilvania (que se inclina en las encuestas por Clinton) y por extensión en todo el cinturón industrial estadounidense.
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