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Miguel de Cervantes el guerrero de arcabuz y pluma

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El generalísimo de la flota de la Liga Santa, Juan de Austria, con su barco insignia, en el que ondeaba el estandarte con los escudos de armas del Vaticano, España y Venecia, emprendió la gran batalla naval de Lepanto, en el Peloponeso griego, contra el Imperio otomano.

La batalla enfrentó a 100 mil hombres de oriente y occidente y entre todas esas almas estaba el español nacido en Alcalá de Henares, Miguel de Cervantes, que en el fragor de la batalla recibió una herida de arcabuz en la mano izquierda, que lo dejó afectado para siempre. Por ello también se le conoce como El Manco de Lepanto.

Batalla y cárcel

Ese histórico enfrentamiento naval se registró el 7 de octubre de 1571, pero Cervantes volvió a España hasta 1680, solo después de que su familia con la ayuda de sacerdotes trinitarios pagara un rescate para liberar a él y su hermano Rodrigo, que estaban arrumbados en Argel como esclavos no vendibles por las heridas de guerra que presentaban.

Cuando volvió a España, su familia estaba en condiciones precarias, luego de haber reunido fondos para el rescate de los dos hermanos. Después de hacer algún servicio a la corona por su conocimiento sobre África y de solicitar un puesto como funcionario en las Indias, escribió su primera novela La Galatea en 1585. Entre tantos trabajos, El Manco de Lepanto es nombrado comisario de provisiones de la Armada Real, y por ese puesto debe recorrer los pueblos que se ubican entre Madrid y Andalucía, caminos que pasaban por Toledo y La Mancha, viajes que lo ilustraron de paisajes, decires de gentes y costumbres, que luego se ven en las páginas de su obra mayor Don Quijote de la Mancha y su obra teatral.

Su gran creación

En su vida particular amorosa, se casa y se descasa, cosa que era nada aceptada en un país católico. Pero él ve en ese trámite la posibilidad de rehacer su vida. Tanto le admira el poder divorciarse, que hasta escribió un entremés llamado El juez de los divorcios.

En 1590, cae nuevamente en prisión, pero esta vez, por cuestiones laborales. Él trabajaba como recaudador de impuestos, y el banco donde guardaba esos fondos reales quebró, le hicieron responsable de la pérdida de ese dinero, por lo que fue a parar a la cárcel Real de Sevilla, se dice que allí fue donde concibió la idea de la gran novela de la lengua española, protagonizada por dos hombres de figuras y pareceres distintos, pero que se complementan para el andar de la vida.

Su novela revolvió el canon de las letras españolas y del mundo, con lo que él mismo llamó “escritura desatada” en la que daba rienda suelta al modo de hablar, mezclando estilos como, lo épico, lo trágico y lo cómico. Antonio de Herrera y Tordesillas, quien era cronista de Indias y censor de la obra que escribía Cervantes, autorizó en 1604 la impresión de lo que fue la primera parte de Don Quijote, que fue publicada un año después.

Otros talentos

También fue un destacado dramaturgo que puso en escena obras como El trato de Argel, en la que muestra la vida de los cautivos que sufrieron a manos de los árabes, que surge de su experiencia como prisionero y esclavo.

Pero Lope de Vega tuvo más éxito con su material dramatúrgico, que proponía historias de caballería en escena, mientras que Cervantes construía retratos de la sociedad en piezas como Las aceitunas o El rufián dichoso.

En 1615 publica su libro Ocho comedias y ocho entremeses, en el que se nota la influencia de Lope de Rueda, autor al que admiró desde joven, cuando vio las obras del maestro del teatro español.

Cervantes nació en Alcalá de Henares, el 29 de septiembre de 1547 y dejó de existir a los 68 años en la Villa de Madrid. Fue enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas.

Su propio retrato

La autodescripción que Cervantes hizo para la introducción de sus Novelas ejemplares, que se publicaron en 1613, cuando alcanzaba los 66 años.

 “…El cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáurigui, y con esto quedara mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso,… y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felices memorias”.

Cuando llega la cordura

“Cualquier otro autor hubiera cedido a la tentación de que don Quijote muriera en su ley, combatiendo con gigantes o paladines alucinatorios, reales para él. Almafuerte ha reprochado a Cervantes la lucidez agónica de su héroe. A ello podemos contestar que la forma de la novela exige que don Quijote vuelva a la cordura, y también que este regrese a la cordura es más patético que morir loco. Es triste que Alonso Quijano vea en la hora de su muerte que su vida entera ha sido un error y un disparate. El sueño de Alonso Quijano cesa con la cordura y también el sueño general del libro, del que pronto despertaremos. Antes que cerremos el volumen y despertemos de ese sueño del arte, don Quijote se nos adelanta despertando él también y volviendo como nosotros a la mera y prosaica realidad”.

Jorge Luis Borges, análisis del último capítulo de El Quijote, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.


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