En este martes de CICIG, recordemos la primera persecución en Guatemala.
El 4 de julio de 1541 falleció Pedro de Alvarado. El “conquistador” de Guatemala principió sus aventuras guerreras en Cuba, después exploró el Golfo de México y las costas de Yucatán, y participó en la destrucción del Imperio azteca dirigida por Hernán Cortés. Intervino en la Matanza de Tóxcatl, en el sitio de Tenochtitlán y ejerció la violencia extrema en Centroamérica.
Durante la campaña para sofocar una sublevación de indios en Nueva Galicia, México, Alvarado resbaló en su caballo por una pendiente y salió mal herido. Tras varios días de sufrimiento, murió hace 476 años, luego de dictar su testamento. Ordenó que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia parroquial de Guadalajara, y luego lo trasladaron al convento de Tiripitío, y por último al convento de Santo Domingo de México. En 1568, su hija Leonor de Alvarado, pidió licencia para depositar sus huesos en la Catedral de Guatemala. El historiador Fuentes y Guzmán refirió haber conocido el sepulcro de Alvarado en esa iglesia, que fue demolida para construir una nueva, pero advirtió que cuando escribió su crónica (1690), los restos ya no estaban. Desde entonces se desconoce dónde se encuentra su tumba.
En 2008 se publicó en Madrid la obra de José María Vallejo García-Hevia, titulada Juicio a un Conquistador: Pedro de Alvarado. El estudio, en dos tomos y un total de mil 334 páginas, continúa las investigaciones históricas de Jesús María García Añoveros para “abordar un estudio crítico, todavía inexistente, del conquistador, poblador, adelantado y gobernador de Guatemala”. Alvarado fue acusado de cometer abusos y de incumplir con sus deberes en sus actos políticos, gubernativos y judiciales. Como oficial público y del rey, afrontó Juicio de Residencia desde 1536, hasta su muerte, en 1541.
“El conquistador” huyó del juicio, en agosto de 1536, convirtiéndose en el primer prófugo de la justicia y el iniciador de la impunidad de lo que ahora es Guatemala. Entre los centenares de documentos del proceso en su contra están las voces de los “conquistadores menores” que lo acompañaron en sus correrías y desmanes. Los españoles encontraron la mejor forma de expresarse en el derecho, para hacer todo tipo de críticas que dejaron al descubierto las violencias que oscurecen la leyenda del invasor español. Los indios, en cambio, no tienen voz para juzgar los hechos ocurridos. No quedaron sus rastros físicos, pero se mantiene su espíritu de despojo de las riquezas materiales y humanas en Guatemala.