Mientras más se “consumen” deportes, sentados ante las pantallas, menos se piensa y más ganan quienes nos los venden.
Los ojos del planeta están puestos en Brasil para seguir los Juegos Olímpicos. Podríamos pensar que la práctica deportiva avanza cada vez más en el mundo. Los que en realidad han avanzado son los negocios. El espíritu amateur, puesto en marcha con la reedición moderna de los Juegos Olímpicos en 1896 en Atenas, dejó de existir.
Es oportuna la relectura del libro Los señores de los anillos, de los periodistas británicos Vyv Simson y Andrew Jennings, y publicado en español por el Grupo Editorial Norma. Los autores ponen en evidencia que el “movimiento olímpico” se ha desarrollado a la par de la evolución de principios racistas, xenófobos y sexistas. También confirman que el mito olímpico es una “gran tapadera” del inmenso negocio de las multinacionales de la imagen, el deporte, la industria farmacéutica y de un selecto y reducido número de miembros del Comité Olímpico Internacional. Profesionalismo, juego limpio, encuentro mundial de pueblos y culturas…, todos son elementos que enmascaran el dopaje, los privilegios turísticos y económicos y la distorsión del idealismo competitivo.
Al margen de dirigentes y mercaderes, subsisten los atletas que buscan en las Olimpiadas una fuente de belleza y pureza, sin percatarse de que las justas planetarias adquirieron cada vez más un cariz de ostentación y de antivalores democráticos. El deporte olímpico moderno se transformó en un mundo cerrado, en el que las decisiones se adoptan a puertas cerradas y que ha creado un estilo de vida fastuoso para un pequeño círculo de funcionarios. En lugar de estimularse la participación deportiva de las masas, como soporte social del deporte de élite, se manejan cantidades fabulosas de dinero que no están sometidas a escrutinio público.
Lástima grande que el periodismo se ha enfrascado en la actividad atlética y no ha concentrado su mirada en la avaricia y la ambición de hombres vestidos en trajes elegantes, quienes son los protagonistas ocultos del espectáculo. Al final, deportistas y espectadores somos víctimas de la propaganda. Quitémonos las legañas de los ojos y escuchemos al niño de retinas limpias, el único capaz de observar durante el desfile del emperador que este no lleva ningún traje, mientras todos lo aplauden por su nueva indumentaria.
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