La gran idea del Hombre Ciudadano, cumplió 227 años de ser reclamo.
Cada 14 de julio se rememora el inicio de una guerra civil permanente, provocada para llegar a ser lo que no somos, es decir, iguales. Si la naturaleza y la sociedad nos vuelven desiguales, se busca lograr la igualdad civil. Al aceptar lo que de falso tiene la igualdad, estamos obligados a imaginarnos iguales. Pensar de esa manera transforma nuestra visión de la sociedad. De lo contrario, repetiríamos un error histórico. La crítica marxista concluyó en que la igualdad era una mentira y por eso quiso abolir el sistema basado en ella.
Desde hace más de dos siglos se pretende que esas desigualdades no afecten los derechos de cada ser humano, y a eso, se suma que la libertad produce desigualdad. Por eso, el Estado es considerado una instancia de compensación para corregir ciertas desigualdades.
Los derechos humanos surgieron para regular la relación entre el Estado y el individuo. No para optar por uno u otro, sino para sostener una difícil y compleja tensión entre el crecimiento del Estado y la libertad de los individuos.
Los revolucionarios franceses no quisieron destruir o debilitar al Estado. Antes bien, lo fortalecieron para reorientarlo. Desde entonces, no se conoce a algún Estado que disminuyera, ni siquiera en las sociedades más liberales como Estados Unidos, Francia o Inglaterra.
No parece aceptarse la lección histórica de que un verdadero crecimiento del Estado solo se opera cuando este se orienta a garantizar la igualdad civil. A medida que se obtiene un nuevo derecho para una fracción de ciudadanos, es necesario crear un organismo de Estado para garantizar ese derecho.
En 1789 surgió el individualismo moderno. En su nombre y no en el de la igualdad, se ha llegado al extremo de negar el Estado. El nacimiento de la idea de fundamentar la sociedad en los derechos del individuo ha arraigado en donde la cultura occidental se impuso. La igualdad ha quedado más como una esperanza que como una idea basada en una realidad posible, debido al predominio del egoísmo, cuyo reinado resulta indiscutible durante este siglo.
Los ideales de 1789 están vigentes. No para exaltar el individualismo y convertir en religión al egoísmo. Una excesiva dosificación de la libertad individual solo lleva a que cada persona se desinterese cada vez más de los problemas colectivos y de los intereses de los prójimos.
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