sábado , 23 noviembre 2024
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Camino de Esquipulas

Camino que nos camina, peregrinaje de Esquipulas.

Hacia la Basílica vamos, sueño a sueño, paso a paso. Camino que nunca termina, romería de Esquipulas. Aquí vienen los peregrinos, de todos lados, por villas y poblados, pidiendo a Dios cada día el perdón de los pecados, con el pensamiento puesto en milagros y entrar a besar a Cristo crucificado. Camino que siempre recorren, itinerantes de Esquipulas. Aquí no termina el viaje. Hoy principia el sueño de siempre. Nuestra emoción se acrecienta en tierno y gozoso canto, para agradecer a Dios porque esta peregrinación pertenece a todos.

En esta medianía de enero, la abundante cabellera del Cristo Negro cubre los pasos fervorosos de las romerías. Es Cristo quien nos pide ver dentro de nosotros mismos, para descubrir que no debemos tener miedo. Por esta imagen, alumbra la piedra y se apagan los rencores. Negro su divino cuerpo, pedernal tallado con rezos y lágrimas, espejo profundo que atrapó la luz que salva.

Negro su cuerpo, a imagen y semejanza de la cara oculta de la luna con su órbita que consuela a la cansada tierra. Negro su cuerpo, como promesa de nube cargada, dispuesta a llenar de nueva vida a la semilla anhelante.

Negra su sangre, vino que nació al apartar el cáliz amargo. Cristo de color insondable, Hombre único que ha vencido la muerte. El único muerto que no muere, de negro radiante para someter a la muerte y volverla amable. Silueta que prolonga su sombra sobre la vida para hacerla sueño, Cristo, vida y de la muerte vela, algarabía de candelas, baño de inciensos, sanaciones sin término.

Vela el Redentor desde su cruz, mientras los hombres suspiran y las mujeres rezan. Vela el Hijo del Hombre, como el barro hecho sangre, caolín que brota en panitos de Dios o en tabletas que capturan el fervor de la Virgen y los santos. Hombre que nos vela con su cuerpo oscuro de espesa sangre.

Maestro que enseña a hacernos hombres. Talla sagrada desprendida en el clamor de las madres, Esquipulas que permanece para salvar a la vida, para perder a la muerte. Brazos que se abren con sus redes de noche negra y hermosa, porque el misterio es oscuro como el fuego perdido. Día que se hace moreno, para hermosear a las estrellas.

Señor, a Ti nos encomendamos para que extiendas tu amable lumbre que fortalece, pálpito eterno que hace al día supremo sabor de un reino que no es de este mundo. y tiernos, como el sueño que se hace cargo del momento, remanso en que se alimentan los siglos y se posan las horas nerviosas.

Tú, corazón infinito, cuerpo y sangre de eternidad, danos amor del bueno para que seamos dignos de alcanzar tus promesas de siempre.

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