Washington, Estados Unidos | AFP | martes 08/11/2016 – 11:40 UTC-6 | 837 palabras
El candidato republicano Donald Trump aseguró la Presidencia de Estados Unidos tras lograr un mínimo de 270 cuerpos electorales, según los resultados obtenidos por la prensa estadounidense. A su vez, Hillary Clinton reconoció su derrota.
En su primer mensaje como presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump dijo en la madrugada de este miércoles que será el mandatario “de todos los estadounidenses”, y se comprometió a trabajar en pie de igualdad con todos los países.
“Ha llegado el momento de que Estados Unidos cierre las heridas de la división, debemos unirnos: A los republicanos, los demócratas y los independientes de esta nación les digo que es hora de que unirnos”, dijo Trump.
En un mensaje a la comunidad internacional, que acompañó en vilo la elección estadounidense, Trump dijo que “vamos a tratar a todos con justicia. A todos los pueblos y todas las naciones. Buscaremos terreno común y no hostilidad; asociación y no conflicto”.
Rodeado por sus familiares, el nuevo presidente estadounidense dijo que su adversaria, Hillary Clinton, lo había llamado por teléfono para felicitarlo por su victoria y afirmó que Estados Unidos tiene una “deuda de gratitud” con Clinton.
Poco antes de su discurso, el jefe de la campaña de Clinton, John Podesta, había dicho que la exsecretaria de Estado no hablaría porque hasta ese momento consideraba que la elección no estaba definida.
Instantes más tarde, sin embargo, se reveló que ella había llamado telefónicamente a Trump para felicitarlo.
Impulsivo, excesivo y con un ego desbordante, el magnate derribó todos los pronósticos y se impuso como un duro adversario de la muy preparada Hillary Clinton, a pesar de su absoluta inexperiencia política.
Con discursos corrosivos que bailan al son de las frustraciones e inseguridades de los estadounidenses en un mundo en mutación, el magnate republicano de 70 años se convirtió en la voz del cambio para millones de ellos.
El magnate hizo estallar el partido republicano, incapaz de comprender a sus electores y aún desconcertado sobre cómo responder al huracán Trump.
Antes de lanzar su campaña en junio de 2015, el empresario era sobre todo conocido por su inmensa fortuna, por sus hoteles de lujo, campos de golf y casinos que llevan su nombre, sus divorcios de revista y por ser el animador estrella del programa de telerrealidad “El Aprendiz”.
Todo eso lo hizo una cara conocida en los hogares estadounidenses.
Pero demostró ser un formidable animal político, el millonario héroe improbable de la clase trabajadora, prometiendo “devolver a Estados Unidos su grandeza”.
Imprevisible
El multimillonario se atreve a decir de todo, realmente de todo. Denuncia un sistema político “manipulado”, acusa a funcionarios de “corruptos” y en su opinión los medios “envenenan el espíritu de los estadounidenses”.
Ofrece soluciones simples a problemas complejos: para detener la inmigración clandestina quiere construir un muro en la frontera mexicana, pagado por México. Habla de expulsar a los 11 millones de indocumentados, en su mayoría latinoamericanos. Y promete devolver empleos a Estados Unidos renegociando acuerdos comerciales internacionales.
Para prevenir ataques, defiende la prohibición de entrada al país de inmigrantes provenientes de naciones con “una historia probada de terrorismo”, luego de haber dicho que rechazaría a todos los musulmanes.
Es arrogante, carismático, rudo y a veces simpático. Y a pesar de que se contradice y se mostró incómodo en los tres debates presidenciales, sus seguidores quieren creer en él.
Provocador
Y más aún porque Trump -que desembolsó 56 millones de dólares de fondos propios para financiar su campaña- les parece incorruptible frente Hillary Clinton, cercana a Wall Street y a menudo odiada. Trump la apodó “Hillary la Tramposa”.
Durante la campaña, insultó a mujeres, musulmanes, latinos, y alienó a los negros.
Siempre provocador, se ha negado a decir que reconocerá los resultados del 8 de noviembre, sea cuales sean.
Al margen de su perfil político, su vida privada está llena de lujos. Su esposa Melania, una exmodelo eslovena de 46 años, se ocupa de criar a Barron, el hijo de ambos que ahora tiene 10 años, lejos de los focos y la atención pública.
La pareja vive en un penthouse triple en la cúspide la torre Trump en Manhattan -un verdadero mini Versalles- y se desplaza en un Boeing 757 privado, con su apellido estampado en letras gigantes, el mismo que suele servir de fondo en sus mítines.
Sus hijos mayores, Ivanka, Donald Jr, Eric y Tiffany, son sus principales pilares. Todos se han involucrado al máximo en la campaña de su padre, a quien han defendido hasta la saciedad.
Con su característica melena rubia, impecablemente vestido, fascina y horroriza a la vez.
Miente tanto y sobre tantos temas, que los verificadores de hechos perdieron la cuenta.
Cuando una decena de mujeres lo acusaron de besos robados y gestos sexuales inapropiados, las tachó a todas de mentirosas.
No es precisamente de ideología inamovible: fue demócrata hasta 1987, luego republicano (1987-1999), miembro del partido de la Reforma (1999-2001), demócrata otra vez (2001-2009) y nuevamente republicano.
Nacido en Nueva York, es el cuarto de cinco hijos de un promotor inmobiliario neoyorquino. Temprano fue enviado a una escuela militar para intentar calmar su temperamento volcánico.
Tras estudiar negocios, se unió a la empresa familiar. Su padre lo ayudó con lo que Trump denominó “un pequeño préstamo de un millón de dólares”.
Tomó el control del negocio familiar en 1971 e impuso su sello. Si su padre construía apartamentos para la clase media, él prefirió las torres de lujo, los hoteles-casinos y los campos de golf, de Manhattan a Bombay.
Además, es un apasionado del espectáculo: le encanta la lucha libre y hasta 2015 fue copropietario de los concursos Miss Universo y Miss Estados Unidos. De 2004 a 2015 animó “El Aprendiz”, programa que fue visto por decenas de millones de telespectadores.
En su carrera, promovió y fue objeto de decenas de demandas civiles vinculadas a sus negocios.
Se negó a publicar sus declaraciones de impuestos -una tradición para los candidatos a la Casa Blanca- y reconoció a regañadientes que no había pagado impuestos federales durante años, tras haber declarado una pérdida colosal de 916 millones de dólares en 1995.
“Eso me hace una persona inteligente”, dijo.
Trump dice que tiene un programa “fenomenal” para sus primeros 100 días.
Pocos lo creen. Durante la campaña ha demostrado ser su peor enemigo, metiendo regularmente la pata con declaraciones sensacionalistas o con tuits sorprendentemente inmaduros.
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