Hay muertos que trascienden en la historia.
Los muertos, que antes fueron vivos, acompañan a estos en su memoria hasta el fin de sus días. Si algo caracteriza a los seres humanos es que lo son porque tienen historia, nacen y mueren. Entre ese relativamente corto o largo lapso del inicio y el fin de la existencia, se vive y puede hacerse satisfactoriamente o lo contrario, existir en la oscuridad, en las tinieblas.
Haber tenido una vida plena, con momentos de felicidad, una existencia constructiva, positiva es una alternativa. Otra, en cambio, es una vida anodina, insignificante, con sufrimiento, dolor y melancolía, tal vez porque las circunstancias la han marcado así. Estos, quizá, los desafortunados, no nacieron, ni en el lugar, ni en el momento oportuno y la otredad les hace resistencia a su realización, a su existencia, les niega la posibilidad de ser lo que quieren ser.
Hay muertos que trascienden en la historia, que tras sus legados permanecen vivos en la memoria de los vivos. Sin embargo, hay otros que tras su paso por la vida dejan terribles huellas y es mejor que se pierdan en el olvido. Las particularidades humanas se escriben en los anales de la historia, a través de las acciones realizadas. De tal modo, que los logros que en vida alcanzaron los muertos, permanecen guardados en la memoria de los que aún respiran y son conscientes de ello.
Los muertos no son y, por no serlo, y temer que se pierdan en la inmensidad del tiempo, de la nada, son devueltos por aquellos que estando vivos los tienen presentes permanentemente. Vida y muerte se unen como los extremos de una cuerda que se atan al final en un eterno retorno. La dialéctica de la vida nos dice que de la muerte surge la vida y esta, necesariamente termina para iniciar un nuevo ciclo vital eternamente.
Recordar a los que ya no están, volver a vivir, recrear nuevamente momentos compartidos, esos que han dejado huella. Esbozar una sonrisa, prodigar una lágrima, evocar sus voces, gestos, conversar de nuevo con ellos son posibilidades que tienen los vivos, fruto de las historias compartidas, de mutuos cariños, recuerdos, imaginación y fantasía.
Alguien dijo, llega el momento en que nuestros muertos son tantos que nos extrañan, pronto llegará el día en que nos unamos a ellos, que dejemos de existir y seamos nada. Pensar en la inmortalidad abruma, contamina y no permite que se disfrute a plenitud de la vida, la única que se posee y la que posibilita pensar, construir y hablar sobre tantas cosas, incluso sobre la muerte. Recordar a los muertos, tenerlos presentes también es señal de que se está vivo.
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